lunes, 23 de febrero de 2009

EN ESTA NOCHE, EN ESTE MUNDO - A. Pizarnik


A Martha Isabel Moia
en esta noche en este mundo
las palabras del sueño de la infancia de la muerte
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no de la resurrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror con su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible
sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he recorrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
mi persona está herida
mi primera persona del singular
escribo como quien con un cuchillo alzado en la oscuridad
la sinceridad absoluta continuaría siendo
lo imposible
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
los deterioros de las palabras
deshabitando el palacio del lenguaje
el conocimiento entre las piernas
¿qué hiciste del don del sexo?
oh mis muertos
me los comí me atraganté
no puedo más de no poder más
palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción
y el perro de maldoror
en esta noche en este mundo
donde todo es posible
salvo
el poema
hablo
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
el que no sirva ni para
ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo

jueves, 12 de febrero de 2009

ECO Y NARCISO*

Nicolas Poussin


Tiresias, famosísimo en todas las ciudades de Aonia, daba
respuestas irreprochables a la gente que iba a consultarle.
Quien primero puso a prueba la credibilidad y veracidad
de sus oráculos fue la azulada Liríope; a ésta el Cefiso
la envolvió un día con su sinuosa corriente y, cautiva
en sus aguas, la violó. De su abultado vientre la bellísima ninfa
parió un niño que ya entonces hubiera podido ser amado,
y le llamó Narciso. Consultado acerca del mismo, si llegaría
a ver los largos días de una vejez avanzada, respondió
el profético adivino: "Si no llega a conocerse". Durante años
el oráculo del agorero pareció vano, pero lo probaron
el desenlace de los acontecimientos, el tipo de muerte
y lo inaudito de la locura. En efecto, había ya añadido el hijo
del Cefiso un año a los quince y podía parecer lo mismo que un niño
que un joven; muchos jóvenes, muchas muchachas lo desearon,
pero -tan dura soberbia había en aquella tierna belleza-
ningún muchacho, ninguna joven le tocó el corazón.
Cuando ojeaba hacia las redes a unos espantados ciervos,
vióle una ninfa vocinglera que ni sabe callar cuando le hablan
ni hablar ella misma la primera, la resonante Eco.
Aún tenía cuerpo Eco, no sólo voz; así y todo, la charlatana
no tenía un uso de su boca distinto al que ahora tiene, de suerte
que podía repetir, de entre muchas palabras, sólo las últimas.
Había hecho esto Juno, porque, pudiendo muchas veces
sorprender a las ninfas yaciendo en el monte con su Júpiter,
Eco la retenía deliberadamente con su verborrea,
hasta que las ninfas huyeran. Cuando la Saturnia se percató,
le dijo: "Puesto que me has engañado con la lengua, se te reducirá
la facultad de hablar y abreviará al máximo el uso de la voz".
Y con el hecho confirma sus amenazas; ella, con todo, repite
el final de las frases y devuelve las palabras que ha oído.
Pues bien, luego que vio a Narciso vagando por las apartadas
campiñas y se enamoró de él, sigue sus pasos a escondidas,
y cuanto más le sigue, más cerca está la llama en que se abrasa;
no de otro modo que cuando el azufre vivo untado
al extremo de las teas se inflama al contacto de la llama.
¡Cuántas veces quiso acercársele con palabras zalameras
y dirigirle cariñosas súplicas! Su naturaleza se lo impide
y no le permite empezar; pero -eso sí le permite- está presta
para esperar sonidos a los que devolver sus palabras.
Quiso el azar que el zagal, alejado del grupo de sus fieles
compañeros,
gritara: "¿Hay alguien?" y "¡alguien!" respondiera Eco.
Se queda atónito, y, tras dirigir la mirada a todas partes,
grita con voz potente: "¡Ven!"; llama ella a quien la llama.
Se vuelve él a mirar y como nadie venía dijo: "¿Por qué huyes
de mí?", y escuchó tantas palabras como él había pronunciado.
Se detuvo, y engañado por la ilusión de una voz que contesta,
exclama: "¡Aquí, reunámonos!", y Eco, que jamás respondería
con más gusto a ningún otro sonido, "¡unámonos!" repitió;
y secundando sus propias palabras salió de la espesura
y se encaminaba a echar sus brazos al cuello anhelado.
Huye él y mientras huy, "¡quita esas manos, no me abraces!
¡Antes morir -dice- que puedas tu tenerme!"
Ella no repitió más que "¡puedas tu tenerme!" Desdeñada,
se esconde en la espesura y, llena de vergüenza, se cubre
el rostro de ramas y desde entonces vive en cuevas solitarias.
Y aun así pervive el amor y hasta crece con el dolor del rechazo;
el insomnio y la pena adelgazan el cuerpo de la desdichada,
la demacración arruga su piel y todo el humor corporal se
evapora
por los aires. Sólo su voz y sus huesos quedan; su voz perdura;
los huesos, dicen, adoptaron forma de una piedra.
Desde entonces se oculta en la selva y no se la ve por los montes;
todo el mundo la oye; un sonido es lo que sobrevive de ella.
Así éste la había burlado, así antes a otras ninfas nacidas
en las aguas o en los montes, así la compañía masculina.
Entonces uno de los despreciados, levantando las manos al cielo,
"así ame él, ojalá; así no consiga al objeto de sus deseos",
dijo, y asintió la Ramnusia a la justa súplica.
Había una fuente nada cenagosa, de claras y plateadas aguas,
que ni los pastores ni las cabras que pastan en el monte
habían tocado, ni otro ganado alguno, y que ningún pájaro
ni fiera había enturbiado, ni rama caída de un árbol.
Crecía alrededor la hierba, alimentada por la humedad cercana,
y una espesura que jamás permitirá que aquel paraje se entibie
con el sol.
Aquí vino a tumbarse el zagal, fatigado por la pasión de la caza
y el calor, buscando tanto la belleza del lugar como de la fuente.
Y mientras ansía calmar la sed, nació otra sed; y mientras
bebe, cautivado por el reflejo de la belleza que está viendo,
ama una esperanza sin cuerpo; cree que es cuerpo lo que es agua.
Se extasía ante sí mismo y sin moverse ni mudar el semblante
permanece rígido como una estatua tallada en mármol de Paros.
Apoyado en tierra contempla sus ojos, estrellas gemelas,
sus cabellos, dignos de Baco y dignos de Apolo,
sus mejillas lampiñas, su cuello de marfil, la gracia
de su boca, y el rubor mezclado con nívea blancura,
y admira todo aquello que le hace admirable.
Se desea a sí mismo sin saberlo, elogiando se elogia,
cortejando se corteja, y a la vez que enciende, arde.
¡Cuántas veces dio vanos besos a la fuente engañadora!
¡Cuántas veces sumergió sus brazos para agarrar el cuello
que veía en medio de las aguas y no consiguió cogerse en ellas!
No sabe qué es lo que ve, pero lo que ve le quema,
y la misma ilusión que engaña sus ojos, los excita. Crédulo,
¿para qué intentas en vano atrapar fugitivas imágenes?
Lo que buscas, no existe; lo que amas, apártate y lo perderás.
Esa sombra que estás viendo es el reflejo de tu imagen.
No tiene entidad propia; contigo vino y contigo permanece;
y contigo se alejaría, si tú pudieras alejarte.
Ni la idea de Ceres ni la del sueño pueden arrancarlo
de allí; al contrario, tendido sobre la sombreada hierba,
contempla con ojos insaciables la engañosa imagen,
y se muere por sus propios ojos; e incorporándose un poco,
tendiendo sus brazos a las selvas que le rodean, dice:
"¿Acaso alguien, selvas, amó con mayor sufrimiento? Sin duda
lo sabéis, pues fuisteis para muchos escondrijo oportuno.
¿Acaso, puesto que habéis vivido tantos siglos, recordáis
en todo ese largo tiempo a alguien que se haya consumido así?
Me gusta y lo veo; pero lo que veo y me gusta,
no consigo encontrarlo: tan gran confusión encierra mi amor.
Y para mayor sufrimiento, ni nos separa el ancho mar
ni un largo camino ni montes ni muros con sus puertas cerradas.
Un poco de agua se interpone. Él ansía mi abrazo; porque
cuantas beses alargo besos a las cristalinas aguas, otras tantas
se esfuerza él por juntar sus labios. Creerías que es posible
el contacto; es muy pequeño el obstáculo a nuestro amor.
Quienquiera que seas, sal aquí; ¿por qué, muchacho sin par, me
eludes?
¿Adónde escapas cuando te cortejo? Ni mi porte ni mi edad son
como para que me rehúyas, pues hasta las ninfas me han amado.
Cierta esperanza me prometes con tu semblante amistoso,
y cuando yo te alargo los brazos, tú los alargas también;
cuando te he sonreído, me sonríes; muchas veces he notado
lágrimas en ti, cuando lloro; con tus señas de cabeza respondes
a las mías; y, según puedo conjeturar por el movimiento
de tus hermosos labios, contestas palabras que no llegan
a mis oídos. ¡Ése soy yo! me he dado cuenta; mi reflejo
no me engaña más; ardo en amores de mí mismo; yo provoco
las llamas que sufro. ¿Qué hago? ¿De cortejado o de cortejador?
¿Y cómo voy a cortejar? Lo que ansío está en mí; la riqueza
me ha hecho pobre. ¡Ojalá pudiera separarme de mi cuerpo!
Deseo inaudito en un enamorado, quisiera que lo que amo
estuviera lejos. Pero ya el dolor me quita fuerzas, no me queda
largo tiempo de vida, y en mi primavera muero. Y no es dura
la muerte para mí, pues la muerte aliviará mis penas; éste
al que adoro es quien quisiera que viviera más. Pero ahora
los dos, unidos de corazón, moriremos en un solo aliento."
Dijo, y en su locura tornó a contemplarse la cara,
y con sus lágrimas enturbió la fuente, y al removerse el agua
la imagen se desvaneció. Al verla borrarse, "¿adónde huyes?
Espera, no me abandones, cruel, que yo te amo", gritó,
"que yo al menos pueda contemplar lo queno me es posible
tocar, y dar así pábulo a mi desdichada locura". Y mientras
así se lamenta, rasgó el vestido desde el borde superior,
y se golpeó con sus marmóreas manos el pecho desnudo.
El pecho con los golpes cobró un rubor sonrosado,
tal como suelen las manzanas, que blancas por una parte,
rojean por otra, o como suele la uva aún no madura
tomar un color purpúreo en sus racimos multicolores.
Apenas vio esto en el agua, de nuevo cristalina,
no lo soportó más, sino que, como suele fundirse
la rubia cera a fuego lento, o la escarcha de la mañana
al sol naciente, así se deshace él, consumido por el amor,
y va siendo devorado poco a poco por aquel oculto fuego.
Y ni existe ya aquel color mezcla de blancura y rubor
ni aquel vigor, aquella lozanía, aquellos encantos que poco
antes
le gustaba ver, ni subsiste aquel cuerpo que un día amara Eco.
Con todo, cuando ella lo vio, aunque irritada y resentida,
se compadeció, y cuantas veces el desdichado muchacho decía
¡ay!, ella repetía con sus voces resonadoras ¡ay!, y cuando
aquél se golpeaba los brazos con las manos, también ella
devolvía idéntico sonido de golpes. Sus últimas palabras
al contemplarse una vez más en las aguas fueron éstas:
"¡Ay, muchacho amado en vano!", y otras tantas respondió
el paraje, y al decir adiós, "¡adiós!" dijo también Eco.
Extenuado, dejó caer su cabeza sobre la verde hierba; la muerte
cerró aquellos ojos que admiraban la belleza de su dueño.
Aun entonces, tras ser recibido en la mansión infernal,
seguía contemplándose en la Estige. Le lloraron sus hermanas
las Náyades y ofrendaron a su hermano sus cabellos cortados;
le lloraron las Dríades; a sus lantos responde Eco.
Y ya preparaban la pira, el blandir de antorchas y las andas;
pero el cuerpo no aparecía; en vez de su cuerpo encuentran
una flor amarilla con pétalos blancos alrededor de su cáliz.

* "Metamorfosis", Ovidio

lunes, 9 de febrero de 2009

ORFEO Y EURÍDICE*


Desde allí por el inmenso cielo se aleja Himeneo, cubierto
por un manto azafranado, se dirige hacia la orilla de los Cícones
y en vano es llamado por la voz de Orfeo.
Aquél estuvo, sin duda, presente, pero no llevó ni palabras
solemnes ni rostros alegres ni un augurio favorable.
Incluso la antorcha que sostenía centelleó sin parar con humo
lacrimógeno sin encontrar ningún fuego en sus movimientos.
El desenlace fue peor que el presagio. Pues cuando paseaba
la novia por un prado acompañada de un grupo de Náyades,
murió al sufrir en un tobillo la mordedura de una serpiente.
Después de llorarla mucho el poeta rodopeo hasta las brisas
etéreas y para no dejar de tantear incluso a las sombras,
osó descender hasta la Estige por la puerta del Ténaro;
por entre gente ingrávida y fantasmas que habían recibido
sepultura llegó ante Perséfone y el soberano que domina
los desagradables reinos de las sombras, y, tras pulsar las cuerdas
al ritmo de su canto, dijo así: "¡Divinidades del mundo
situado bajo tierra, al que caemos todo lo que nace mortal,
si es lícito y permitís decir la verdad sin los ambages
de una boca falsa, no he descendido aquí para ver
el tenebroso Tártaro ni para encadenar las tres gargantas,
erizadas de culebras del monstruo meduseo;
el motivo de mi viaje es mi esposa, sobre la que una víbora
al pisarla derramó su veneno y le robó sus prometedores años.
Quise poder soportarlo y no diré que no lo he intentado:
venció el Amor. Este dios es bien conocido en la región de arriba;
si lo es también aquí, lo dudo, pero sospecho que también aquí lo es y,
si el rumor de un antiguo rapto no ha mentido, a vosotros
os unió también Amor. ¡Yo, por estos lugares llenos de miedo,
por este Caos enorme y el silencio de este vasto reino,
os suplico, volved a tejer el destino adelantado de Eurídice!
Todos os somos debidos y, demorándonos algo, antes o después,
nos dirigimos de prisa a una única sede.
Aquí nos encaminamos todos, ésta es la última morada
y vosotros habitáis los reinos más extensos del género humano.
También ésta, cuando cumpla oportunamente los años
que le corresponden, será de vuestro dominio: como regalo pido
su disfrute. Pero, si los hados niegan la venia de mi esposa,
he decidido no regresar: alegraos con la muerte de los dos."
Mientras así decía y movía las cuerdas al son de sus palabras,
lo lloraban las almas sin vida: Tántalo no intentó coger
el agua huidiza, quedó parada la rueda de Ixión,
las aves no arrancaron el hígado, quedaron libres de urnas
las Bélidas, y tú Sísifo, te sentaste en tu propia roca.
Entonces por primera vez, se dice, las mejillas de las Euménides,
vencidas por el canto, se humedecieron de lágrimas; ni la regia
esposa ni quien rige lo más profundo, se atreven a decir que no
a quien suplica y llaman a Eurídice. Estaba ella entre las sombras
recientes y avanzó con paso lento a causa de la herida.
El rodopeo Orfeo la recibió junto con la condición
de no volver hacia atrás sus ojos hasta haber salido
de los valles del Averno o el regalo quedaría sin efecto.
Toman una senda en pendiente a través de mudos silencios,
abrupta, oscura, llena de densa niebla.
Y no llegaron lejos del límite de la parte más alta de la tierra:
allí, temiendo que desfalleciera y ansioso por verla,
volvió el enamorado los ojos, y al punto ella cayó de nuevo y,
extendiendo los brazos y luchando por ser alcanzada y alcanzar,
la desgraciada no coge nada sino las brisas que se escapan.
Y, al morir ya de nuevo, no se quejó para nada
de su esposo (pues ¿de qué se podía quejar sino de ser amada?),
dio el último "adiós" que ya apenas aquél recibió
en sus oídos y de nuevo volvió al mismo lugar.
Orfeo con la doble muerte de su esposa quedó estupefacto
igual que quien temeroso ha visto los tres cuellos del perro,
llevando el del medio las cadenas; a este hombre no le abandonó
el terror antes que su naturaleza anterior, al convertirse en roca
su cuerpo, como Óleno, quien se arrastró a sí mismo al crimen
y quiso pasar por culpable, o como tú, confiada en tu belleza,
desgraciada Letea, corazones muy unidos en otro tiempo,
ahora piedras, que sostiene el húmedo Ida.
.
El barquero había rechazado a Orfeo que suplicaba queriendo
en vano pasar de nuevo; con todo, estuvo sentado siete días
en la orilla, desaliñado, y sin el don de Ceres:
la pena, el dolor de su alma y las lágrimas fueron su alimento.
Tras quejarse de la crueldad de los dioses del Érebo, se retiró
al elevado Ródope y al Hemo, azotado por los Aquilones.
.
Titán había acabado por tercera vez el año que cierran
los acuáticos Peces, y Orfeo había evitado toda relación
femenina, o porque le había ido mal o porque había dado
su palabra; sin embargo, a muchas las dominaba el deseo
de unirse al poeta: muchas se dolieron de verse rechazadas.
Aquél también fue quien indujo a la gende de Tracia
a trasladar el amor a tiernos varones y antes de la juventud
coger la breve primavera de su edad y las primeras flores.
.
* "Metamorfosis" Ovidio