jueves, 27 de diciembre de 2007


"El ojo, la ventana del alma, es el principal medio por el que el sentido central puede apreciar de forma más completa y abundante las infinitas obras de la naturaleza; el segundo es el oído, que adquiere dignidad al escuchar las cosas que el ojo ha visto. Si historiadores, poetas o matemáticos no hubiesen visto cosas con sus ojos, no podrían explicarlas en sus escritos."
Leonardo da Vinci

martes, 18 de diciembre de 2007

Jorge Luis Borges



LA CASA DE ASTERIÓN
Y la reina dio a luz un hijo que se llamó
Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III, I.
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Esto no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá que me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.
- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.
A Marta Mosquera Eastman

sábado, 15 de diciembre de 2007


Charles Baudelaire
AL LECTOR
.
La estupidez, el error, el pecado, la mezquindad,
ocupan nuestros espíritus y minan nuestros cuerpos
y nosotros alimentamos nuestros remordimientos,
como los mendigos nutren a su piojera.
Nuestros pecados son tercos, nuestros arrepentimientos
/cobardes
nos hacemos pagar con creces nuestsras confesiones,
y volvemos alegremente al camino fangoso,
creyendo lavar con viles llantos todas nuestras manchas.
En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien mece mucho tiempo nuestro espíritu encantado,
y el rico metal de nuestra voluntad
se ha evaporado totalmente por obra de este sabio químico.
¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes les hallamos encantos;
cada día descendemos un paso hacia el Infierno,
sin horror, a través de tinieblas que apestan.
Igual que un pobre libertino que besa y muerde
el seno maltratado de una vieja ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos muy fuerte como una naranja seca.
Apretado, hormigueante, como un millón de helmintos
en nuestro cerebro se agita un tropel de Demonios,
y, cuando respiramos, la Muerte a nuestros pulmones
desciende, río invisible, con sordos gemidos.
Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,
no han bordado aún con sus singulares dibujos
el cañamazo banal de nuestros tristes destinos,
ello se debe ¡ay!, a que nuestra alma no es lo bastante
/atrevida.
Pero entre los chacales, las panteras, los linces,
los monos, los escorpiones, los buitres, las serpientes,
los monstruos chillones, aulladores, gruñidores, rastreros,
en la infame casa de fieras de nuestros vicios,
'hay uno más feo, más malvado, más inmundo!
Aunque no hace aspavientos ni lanza agudos gritos,
convertiría con gusto a la tierra en un despojo
y en un bostezo se tragaría el mundo;
¡es el Aburrimiento! -con los ojos inundados de un /llanto
involuntario-
sueña con cadalsos mientras se fuma una pipa.
Tú, conoces, lector, a ese monstruo delicado,
¡hipócrita lector -mi semejante- mi hermano!
.
EL ABISMO
.
Pascal tenía su abismo, conviviendo con él,
-¡Ay!, todo es abismo; -¿acción, deseo, sueño,
palabra!, y en mi pelo que se eriza
más de una vez siento pasar el viento del Miedo.
Ariba, abajo, por todas partes, la profundidad, el arenal,
el silencio, el espacio horroroso y atrayente...
En el fondo de mis noches Dios con su sabio dedo
dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo al sueño como se tiene miedo a un gran agujero
completamente lleno de vago horror, que lleva no se sabe
/a dónde;
no veo más que infinito por todas las ventanas,
y mi espíritu, siempre asediado por el vértigo,
envidia la insensibilidad de la nada.
-¡Ah!, ¡este no salir nunca de Números y de Seres!

miércoles, 12 de diciembre de 2007


Alejandra Pizarnik
DIARIOS (Fragmento)
Febrero
Sábado, 15
Y de pronto, un gran cansancio, no de la vida, mas de la muerte. Pero no hablo de la muerte absoluta, hablo de este lento naufragio cotidiano en las aguas del pasado. Estoy cansada de todo ese mundo de complejos y frustraciones en que nos sustentamos yo y la gente que me circunda. Es un no dar más, un gran deseo de respirar aire puro, de reír, de mirar con naturalidad las cosas y a mí misma. Hoy se me ha revelado, con una fugacidad y fuerza increíbles, la posibilidad de ser. Todo fue espontáneo, como si hubiera encendido un cigarrillo. Me sentí bien, como si me hubieran aflojado las cadenas, aquellas que ni recordaba, tan resignada a la desesperación estaba. No creo en la felicidad. Pero quiero espojarme de esta tensión, de tanta vigilancia. Estoy fatigada de todas estas historias edípicas, del odio espantoso a padres e hijos, estoy cansada de tanta interpretación sexual. Quiero vivir con naturalidad, limitarme, señalarme objetos posibles y luchar por ellos. Quiero liberarme del horror sin semejanzas de mi "amor imposible". Quiero, en suma, aprender muchas cosas, sobre todo, a escribir y a pensar. Cuento con una carencia casi absoluta de recursos internos, a pesar de tener dentro de mí un mundo tan vasto, pero es un mundo dependiente de mí, divorciado de mi yo, sólo unido a mí en ciertos instantes únicos. Es extraño desconocerlo tanto, como si yo fuera la sede de esa otredad innombrable que firma con mi nombre. Nada me es tan ajeno como ella. Buscarla, señalarla, hacerla vibrar con mi sangre, apoderarme de sus raíces, he aquí mi necesidad.
La noche escupe campanas. Un recuerdo con alas se viste de tren. Humo y arena. Una guitarra negra se eleva desde una flor y sube al avión destinado al Gran Pájaro Muerto. Sones perforados por el viento bailan la danza de la muerte mientras las brujas crucifican a la esperanza. Una muchacha hierve la cólera contemplando a los muertos que se encerraron en un ascensor de vidrio para delimitar y reducir los sueños de los vivos. La muchacha incendia la noche mientras una luciérnaga se suicida con una espada de papel. Hay muchos nombres en la espesura. Hay mucho dolor montado en los árboles impasibles que esperan a la lluvia esta noche para cenar. La lluvia con sombrero verde desciende de un automóvil guiado por una mujer encinta que va a morir. La lluvia se abraza con el árbol más chico y pequeños arbolitos ascienden a la estrella más lejana. La mujer encinta va a morir: su vientre contiene palmas funerarias. Es una mujer previsora. Es un himno al odio preexistente entre el mar y el arco iris, la canción y el fuego, el papel y ese señor de anteojos en forma de ratón blanco que quiere escalar el cerebro del mundo. La mujer va a morir y nadie le alcanza un vaso de buen vino.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Vicente Huidobro
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FRAGMENTO CANTO I (Altazor)
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Hay palabras que tienen sombra de árbol
Otras que tienen atmósfera de astros
Hay vocablos que tienen fuego de rayos
Y que incendian donde caen
Otros que se congelan en la lengua y se rompen
al salir
Como esos cristales alados y fatídicos
Hay palabras con imanes que atraen los tesoros
del abismo
Otras que se descargan como vagones sobre el
alma
Altazor desconfía de las palabras
Desconfía del ardid ceremonioso
Y de la poesía
Trampas
Trampas de luz y cascadas lujosas
Trampas de perla y de lámpara acuática
Anda como los ciegos con sus ojos de piedra
Presintiendo el abismo a todo paso
.
Mas no temas de mí que mi lenguaje es otro
No trato de hacer feliz ni desgraciado a nadie
Ni descolgar banderas de los pechos
Ni dar anillos de planetas
Ni hacer satélites de mármol en torno a un talismán
ajeno
Quiero darte una música de espíritu
Música mía de esta cítara plantada en mi cuerpo
Música que hace pensar en el crecimiento de los árboles
Y estalla en luminarias adentro del sueño.
Yo hablo en nombre de un astro por nadie conocido
Hablo de una lengua mojada en mares no nacidos
Con una voz llena de eclipses y distancias
Solemne como un combate de estrellas o
galeras lejanas
Una voz que se desfonda en la noche de las rocas
Una voz que da la vista a los ciegos atentos
Los ciegos escondidos al fondo de las casas
Como al fondo de sí mismos
.
Los veleros que parten a distribuir mi alma por el
Mundo
Volverán convertidos en pájaros
Una hermosa mañana alta de muchos metros
Alta como el árbol cuyo fruto es el sol
Una mañana frágil y rompible
A la hora en que las flores se lavan la cara
Y los últimos sueños huyen por las ventanas

martes, 4 de diciembre de 2007


Isidore Ducasse
Conde de Lautréamont
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Las perturbaciones, las ansiedades, las depravaciones, la muerte, las excepciones en el orden físico o moral, el espíritu de negación, los embrutecimientos, las alucinaciones favorecidas por la voluntad, las tribulaciones, la destrucción, los transtornos, las lágrimas, la insacibilidad, las servidumbres, las imaginaciones atormentadoras, las novelas, lo inesperado, lo que no debe hacerse, las singularidades químicas de buitre misterioso que acecha la carroña de alguna ilusión muerta, las experiencias precoces y abortadas, las oscuridades con caparazón de chinche, la monomanía terrible del orgullo, la moculación de los estupores profundos, las oraciones funebres, las envidias, las traiciones, las tiranías, las impiedades, las irritaciones, las mordacidades, los exabruptos agresivos, la demencia, el spleen, los terrores razonados, las inquietudes extrañas que el lector preferiría no sentir, las muecas, las neurosis, las hileras ensangrentadas por donde se hace pasar la lógica sin salida, las exageraciones, la falta de sinceridad, la verborrea de los pelmazos, las vulgaridades, lo sombrío, lo lúgubre, los partos peores que los crímenes, las pasiones, el clan de los novelistas de los tribunales, las tragedias, las odas, los melodramas, los extremos presentados a perpetuidad, las razón silbada impunemente, los olores de los cobardes, las desazones, las ranas, los pulpos, los tiburones, el simún de los desiertos, todo lo que es sonámbulo, sospechoso, nocturno, somnífero, noctámbulo, viscoso, foca parlante, equívoco, tuberculoso, espasmódico, afrodisíaco, anémico, tuerto, hermafrodita, bastardo, albino, pederesta, fenómeno de acuario y mujer barbuda, las horas llenas de desaliento taciturno, las fantasías, las asperezas, los monstruos, los silogismos desmoralizadores, las basuras, lo que como el niño no reflexiona, la desolación, ese manzanillo intelectual, los chancros perfumados, los muslos con camelias, la culpabilidad de un escritor que cae por la pendiente de la nada y se desprecia a sí mismo con gritos de alegría, los remordimientos, las hipocresías, las perspectivas inciertas que os trituran con sus engranajes imperceptibles, los graves salivazos sobre los axiomas sagrados, la piojería y sus cosquilleos insinuantes, los prefacios desatinados como los de Cromwell, de la señorita de Maupin y de Dumas hijo, las caducidades, las impotencias, las blasfemias, las asfixias, los ahogos, las rabias -ante esos inmundos osarios, cuyo nombre me hace enrojecer, es tiempo ya de enfrentarse contra lo que nos ofende y doblega tan autoritariamente.